La Mancha: tradición viticultora de generaciones
La Mancha es la comarca natural de mayor extensión de España e integra parte de cuatro de las cinco provincias que conforman Castilla-La Mancha: Albacete, Cuenca y Toledo y Ciudad Real, siendo esta última la que ocupa prácticamente la mitad del territorio.
Pese a su gran tamaño, su orografía es bastante homogénea, componiendo una gran planicie con una altitud media que ronda los 650 metros de altura, un factor que favorece la elaboración de vinos de gran calidad y características similares.
Su clima Mediterráneo continentalizado es el otro factor que define al terruño manchego, caracterizado por sus inviernos fríos y veranos tórridos, junto a unas precipitaciones escasas, concentradas en los equinoccios de primavera y otoño, inferiores a los 450 mm anuales. Todo ello aderezado en la composición de sus suelos, con naturaleza de predominante caliza, pero en los que también es frecuente encontrarnos terrenos arcillosos, arenosos y pedregosos.
Un territorio que por extensión convierten a La Mancha y su Denominación de Origen, (ronda las 300.000 hectáreas de viña, de las que unas 150.000 están inscritas en el Consejo Regulador y son aptar para producir vinos con DO La Mancha) en el gran viñedo de Europa y uno de los principales motores económicos de la región, contribuyendo a la generación de riqueza entre sus aproximadamente 14.000 viticultores inscritos y cerca de 250 bodegas que se reparten entre los 182 pueblos que integran la Denominación de Origen.
No es de extrañar que la vid, junto al cereal y al olivo (triada mediterránea) hayan sido la base de la agricultura durante siglos y generaciones en la llanura manchega. Su desarrollo creciente se inscribe con la repoblación castellana, tarea encomendada a las órdenes militares durante la Edad Media en La Mancha. Sin embargo, el paisaje viticultor y por ende el comercio y producción vinícolas, ya habían sido modelados por la llegada de Roma, como atestiguan algunos de los yacimientos más importantes de la Península Ibérica. Hay quien no descarta el consumo de vino en La Mancha, mucho antes, incluso, ya entre las élites íberas.
Sea como fuere, La Mancha en tradición viticultora ha ido creciendo en importancia conforme al desarrollo posterior de los siglos. Es patente su presencia en los versos del Siglo de Oro, donde el propio Cervantes, mojón avezado, diera cuenta de sus excelencias en labios de Sancho.
La enología moderna, ya en el siglo XIX, sacudida ferozmente, por la irrupción de la filoxera, otorgó al viñedo manchego su gran oportunidad de desarrollo económico y comercial, abriéndose a los mercados nacionales e internacionales. Fue el primer despegue industrial que además tuvo en el ferrocarril su perfecta implementación para la vertebración demográfica de los pueblos manchegos, todavía hoy, modelos de asentamiento claves en la fijación de población frente a los retos de la despoblación rural.
El desarrollo cooperativo surgido en la posguerra Civil sirvió como repuesta a una necesidad y un contexto determinados, sentándose las bases para una modernización posterior en tecnología, capital humano y profesionalización que han hecho de La Mancha el definitivo despertar de su crecimiento.
Vinos de Campo y Alma, con Sabores del Quijote y vocación internacional
La definitiva reconversión varietal a finales de los noventa permitió a La Mancha enriquecer su universo varietal con uvas foráneas que, décadas después, se han adaptado al viñedo manchego, aportando más diversidad, y reforzando la personalidad de los vinos tradicionales vinos manchegos de Airén (blanco) y Cencibel o Tempranillo (tinto), que siguen siendo los predominantes. El resultado son vinos con una gran expresividad frutal y aromática, adaptados a los diferentes mercados internacionales, con el santo y seña de sus tintos jóvenes (fundamentalmente de Tempranillo) como emblema de su calidad.
Todo ello ha convertido a La Mancha y, por ende, a su Denominación de Origen, en uo de los grandes referentes mundiales del vino, una tierra cuyo músculo y la envergadura productora le permite, además, diversificar su oferta con una amplia gama de blancos y también tintos, no solo jóvenes, sino también de paso por madera en sus diferentes estadios de reposo: crianza, reserva, etc